--- HISTORIA DE UNA ESCALERA --






Siempre me ha parecido una metáfora de la vida el ascender poco a poco por los peldaños de una escalera. Algunos suben por ella con más peso que otros y sin tener la certeza de lo que se encontraran al llegar. Otros simplemente observan desde lo alto, sin comprender el porqué de tanto esfuerzo. Una metáfora de la vida.

Por eso, cuando escuché la historia de una escalera a la que llamaban "Todesstiege" o "Escalera de la Muerte", no pude dejar de interesarme por ella.

Esa escalera está en un pueblo a las orillas del Danubio. Subir por ella y conseguir bajarla de nuevo con vida era el reto al que se enfrentaban algunas personas varias veces al día, durante muchos días, meses incluso.

Está en una cantera del campo de concentración de Mauthausen. Por ella subían los presos cargando con las piedras extraídas de la cantera. 186 peldaños subidos uno tras otro hasta morir de agotamiento o lanzados al vacío por los guardias del campo.

Desde el primer momento en que tuve conocimiento de lo que allí pasó me juré que algún día pisaría los mismos escalones que los miles de republicanos españoles que allí murieron.

No os confundáis. Hablo de republicanos porque efectivamente lo eran, y hablo de españoles porque también lo eran y así se denominaban a ellos mismos, a pesar de lo variado de su origen. De haber sido de otra filiación política mi reacción hubiese sido la misma, porque los hombres de entonces, por encima de sus ideas, tenían algo que ya no conocemos en nuestra sociedad actual: compromiso, valor, honor y patriotismo.

Que caduco suena, verdad?

Muchos de los que sobrevivieron fueron ignorados por la historia de nuestro país, y de los que allí murieron apenas se conservan documentos mas allá de una foto amarillenta y una carta emocionada de su familia.

Pero en mitad de ese olvido destaca una figura, la de un preso cuyo testimonio contribuyó a dar caza a los militares nazis que negaron el exterminio de miles de seres humanos. Se llamaba Francisco Boix, un fotógrafo que con la ayuda de otros reclusos españoles salvó y conservó fotografías que demostraban el conocimiento de la existencia de esos campos de exterminio por parte de los altos mandos nazis.

Esta es la historia de una escalera que llevaba al infierno.





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Gran parte de la información que aquí leeréis proviene principalmente del libro "Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen" de Benito Bermejo y publicado por RBA. Excelente libro cuya lectura recomiendo.

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Francisco Boix nació en Barcelona en 1920 en el seno de una familia burguesa propietaria de una sastrería. Las tendencias políticas de sus padres, republicanos catalanistas, forjaron la personalidad de Francisco, o Francesc, o Paco, como era llamado según quien se dirigiese a él. También compartió con su padre el amor a la fotografía, de la que disfrutaban en el pequeño laboratorio que tenían en la trastienda de la sastrería.

El carácter inquieto y curioso de Paco hizo que se decantase por el aprendizaje de la profesión de fotógrafo a la edad de 14 años, adquiriendo conocimientos que le resultarían muy valiosos en el futuro. Fue ese mismo carácter inquieto el que hizo que enseguida entrase a formar parte de las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña, en cuya revista realizó una regular colaboración como reportero registrando la actividad de la formación comunista, coincidiendo con personajes clave de la historia política española como Dolores Ibarruri "La Pasionaria" y Santiago Carrillo.

Francisco Boix, o Francesc, o Paco, era muy conocido entre sus compañeros por su alegría y vitalidad, era ese muchacho que estaba en todos los actos armado con una cámara y una sonrisa. A pesar de su habitual presencia en dichos actos de partido, no se le conocía una ambición política.

Se sabe que participó en la guerra civil, aunque no está claro si como combatiente o fotógrafo, dada la poca información existente. Lo que sí se sabe es que tras la ocupación de Barcelona por el ejército franquista, Francisco huyó a Francia para evitar ser encarcelado como su padre. Ya nunca se volverían a ver.

Paradojicamente, huyendo de una guerra, Francisco Boix se encontró con otra más grande y terrible. Las tropas alemanas de la Wehrmacht entraron ese año de 1940 en territorio francés, ocupando muchas de sus poblaciones y haciendo prisioneros a muchos refugiados políticos españoles, la mayor parte de ellos militarizados dentro de la defensa francesa, entre ellos, Francisco.

En un principio fueron considerados como "prisioneros de guerra" y su cautiverio en los llamados "Stalag" mantuvo unas mínimas condiciones humanitarias, pero tras la aparición de la Gestapo en los centros de detención y la consiguiente valoración de los presos españoles como "Rotspanien" ("rojos españoles"), su consideración varió notablemente siendo su tratamiento similar al de los prisioneros de guerra soviéticos.

Unos 6 meses después de haber sido prisionero, Paco Boix es conducido a Mauthausen en un convoy junto a otros 1.500 republicanos españoles sin que el gobierno español franquista, con conocimiento de ello, hiciese nada por evitarlo.


Todos ellos llevarían desde ese momento cosido en su uniforme un triángulo azul invertido que representaba su condición de "apátridas". Bordado en el interior de ese triángulo estaría una "S" que los identificaría como "Spaniard" ("español"). Supongo que este absurdo de especificar la nacionalidad de un apátrida se debe a la irresistible obsesión alemana por clasificar y registrar todo.






Y ahí estaba yo.

Justo en la misma entrada por la que 70 años antes entraron los apátridas españoles. Sobre el arco de piedra de la entrada todavía se ven los restos del soporte que aguantaba a la "Reichsadler" o águila imperial alemana, símbolo de la Alemania nazi junto a la esvástica.



















Una vez sobrepasado el acceso está el patio de las cocheras, utilizado también como lugar para clasificar a los presos recién llegados. Hoy sólo estamos por allí un par de familias francesas sudorosas en bermudas y un españolito inmerso en otro tiempo. Mi imaginación empezó a volar hacia el pasado.


Pasado y presente fundidos en la misma imagen. Una Cronografía.


No podía dejar de pensar que mientras caminaba, a mi lado había cientos de personas asustadas, desnudándose en pleno invierno austríaco, sin saber si algún día saldrían vivos de allí. Pasaba entre ellas mientras en mi mente se fundían las fotografías antiguas que tantas veces había mirado con lo que yo estaba viendo en ese preciso instante a través del visor de mi cámara.

Mi cámara no podía verlos, pero yo sí.



Turistas caminando por el pasado.



El capitán Bachmayer.
Tras subir unas pequeñas escaleras y situado en el extremo opuesto a la entrada a las cocheras, se tiene una visión amplia del patio. Justo en el mismo sitio donde el capitán Bachmayer, responsable directo del día a día del campo, observaba formar a los presos para su selección y desinfección. Hoy en día, ese es el lugar donde están ubicados los lavabos y las máquinas expendedoras de refrescos.

El capitán de las SS Bachmayer fue responsable de terribles actos de crueldad y asesinatos, algunos de ellos con sus propias manos. Fue apodado por los españoles como "El Gitano".




Todo el campo era controlado por los oficiales de las SS, si bien había un preso "responsable" o de "confianza" por cada grupo, con el fin de realizar las labores de trabajo y organización más eficientemente.

Mauthausen consta de dos espacios diferenciados, uno es el campo exterior, donde estaba la cantera Wienergraben y el patio de cocheras, y otro el campo interior, donde se ubicaban los barracones en los que estaban recluidos los presos.







Para acceder al campo interior hay que pasar por otro acceso entre dos torres de vigilancia. Esa es la única entrada, controlada entonces por las SS y hoy por un chaval de unos 25 años que maneja un ordenador y me vende la entrada.





Desde la entrada puedo ver las alambradas de alambre de espino y que estuvieron electrificadas. Hoy sin energía y oxidadas todavía resultan intimidantes.













Traspaso el quicio de la puerta y veo ante mí una explanada rectangular, con barracones de madera a la izquierda y edificios de piedra a la derecha. Es fácil saber quién estaba en cuál.

Esta explanada es la llamada "Appelplatz" o "plaza de recuento", donde se contaba a los presos y realizaban la mayor parte de las actividades rutinarias. El día de mi visita, lucía un sol espléndido y una temperatura agradable, pero hay que ser consciente de que no es lo habitual en esta zona de Austria. Lo normal sería que estuviese protegido por varias capas de ropa y calzado de montaña. Los presos de Mauthausen no tuvieron ese privilegio.













En el muro contiguo a una de las torres de vigilancia de la entrada y que separa los edificios de piedra del campo exterior, hay colgadas toda una multitud de placas conmemorativas procedentes de los países  de origen de todos los "apátridas" que por allí pasaron. Son tantas que casi tapan las paredes de granito levantadas por los propios presos, pero el muro es demasiado alto y demasiado largo para conseguirlo.








Una placa recuerda a los 7000 republicanos españoles que estuvieron en Mauthausen.



Comienzan a llegar las visitas organizadas al campo interior, auténticos batallones armados con sus audioguías y sus cámaras compactas. No sé que pensaría Paco Boix de esta popularización del universo fotográfico, siendo como era él un apasionado de la fotografía. A las SS también les interesaba la fotografía.

Los Komandos que gobernaban el campo utilizaron las técnicas fotográficas como un arma más. Disponían de su propio laboratorio fotográfico para revelar y clasificar fotos de los presos, y no solo fotos identificativas, sino imágenes de la vida diaria, de sus costumbres, sus rasgos físicos. Incluso fotografiaban los eventos más importantes que sucedían en el campo, documentando las visitas de los altos mandos o los procesos de obtención de la piedra en la cantera. Desde luego, su afán por documentar casi todos los aspectos de la vida dentro de los muros, contrastaba con la naturaleza misma de los muros, evitar y ocultar la presencia de los presos. En ocasiones, fueron realizadas fotografías de carácter propagandístico exaltando las buenas condiciones de vida dentro del campo para su publicación en la prensa del Reich. Fotografías falseadas, por supuesto.

Los nazis, como en muchas otras áreas, fueron pioneros en la técnica propagandística con difusión de imágenes falsas por los medios. Algo que hoy en día vemos a diario en todo tipo de medios de información y redes sociales.

Mientras paseaba a lo largo de los muros de Mauthausen, reflexionaba si yo mismo, amante de la fotografía y con ciertos conocimientos técnicos, estaría en la misma situación que Antonio García Alonso, tambien comunista catalán como Francisco Boix. Él fue el primer español destinado a trabajar en el laboratorio, lo que se traducía en mejores condiciones de vida y una distinta consideración por parte de los Komandos. Es obvio que un preso con conocimientos sobre procesos de laboratorio y técnica fotográfica resultaría de mucha utilidad en el campo y sería un bien valioso para las SS. En poco tiempo, varios españoles entre los que se encontraba Paco Boix fueron destinados a acompañar a Antonio García en su labor al frente del Laboratorio.

La presencia española en el campo, sin ser la más numerosa, si era notoria a tenor de los documentos que los describían como "excelentes profesionales" y más adecuados para labores que precisaban ciertos conocimientos que para el trabajo forzado. Aun así no todos tuvieron la suerte que tuvieron los trabajadores del Laboratorio. Se estima que dos de cada tres españoles recluidos jamás salieron de Mauthausen.

Enseguida Paco Boix se destacó como reportero dentro del campo, imposible para él permanecer oculto dado su carácter expansivo y sociable. Aprovechó su contacto con oficiales de las SS para ofrecerse a fotografiarlos, hacerles retratos o revelar fotos familiares. Ello le situó como un preso bien considerado y con cierto grado de libertad para moverse por el campo. Como anécdota comentar que llegó a ser tal su influencia con los oficiales que en los últimos meses de su estancia consiguió montar una rondalla, un conjunto musical, obteniendo parte de las piezas de los instrumentos del exterior.

Me cuesta imaginar a un grupo musical como una tuna en este entorno tan cruel, pero hay que entender que el momento de la anécdota que cito el final de la guerra estaba próximo y se había relajado la disciplina dentro de los muros.

Fruto de esa relajación pudo Franciso Boix, con la ayuda de sus compañeros, ocultar copias de negativos en las hombreras de sus chaquetas para luego depositarlos en el interior de una chimenea en desuso. Sabían que tarde o temprano podrían ser útiles. Algo así sólo podía ser llevado a cabo por un grupo muy bien cohesionado y organizado. El colectivo de españoles republicanos de Mauthausen se hicieron fuertes en el interior del campo gracias a su constante contacto y comunicación con un grupo de presos en estado de semi-libertad, el Komando Poschacher. Estos serían los que sacaron al exterior dichos negativos con la excusa de realizar trabajos en el pueblo de Mauthausen. El tal Komando Poschacher entabló una cierta amistad con una de las familias del pueblo, en concreto un español llamado Jacinto Cortés con una de las integrantes de esa familia, Anna Pointner, consiguiendo ocultase los negativos tras un ladrillo de un muro de su casa.

Un muro ocultaba los horrores registrados dentro de otros muros.

Se consiguió rescatar, que se sepa a día de hoy, cerca de un millar de fotografías entre negativos originales y positivos. La cifra exacta es imposible de conocer.

Un millar de fotografías... todo un archivo para la época que hoy no ocuparía ni la cuarta parte de la tarjeta de memoria de mi cámara. Miro el contador digital de mi Fuji y compruebo que en apenas una hora de visita ya he hecho mas de cien fotografías. Yo, al igual que Paco Boix, quiero documentar cada uno de los pasos que doy por el mismo campo que piso él, por diferentes razones, pero con la misma inquietud.

Fotografío los impolutos barracones donde vivían los reclusos, limpios y diáfanos. Especialmente limpios y diáfanos. Se conservan apenas unos pocos catres de los que hace años atestaban el barracón, negando ese espacio del que disfrutamos los visitantes, obligándonos de nuevo a hacer un esfuerzo para imaginar el hacinamiento que sí se observa en las fotografías que están expuestas en el museo.



Entrada a uno de los barracones.






Aquí vivían.





Pasillo de las dependencias de los oficiales.






Salón de las banderas. La bandera republicana española.






Estancia de la enfermería.






Oficina de las SS.



La luz que entra por las ventanas, limpia y cálida, tampoco ayuda a componer una imagen dramática de lo que fue ese lugar. Aun así miro cada tabla que forma parte del barracón y no dejo de preguntarme quién la tocaría antes que yo, quién se apoyaría en esa pared o quién miraría por la misma ventana en un día tan soleado como el de hoy.




Pared de un barracón.






Pintadas en las paredes de las dependencias de las SS.




Fotografío también otras estancias mucho menos diáfanas, los edificios destinados a la enfermería y a los oficiales. No hay ni un solo mueble. Son habitaciones vacías a las que no se puede acceder pues una reja lo impide. Desconozco los motivos pero del edificio destinado a la enfermería solo puedo ver el pasillo a ambos lados desde la entrada.



Pasillo de la enfermería





Sobre su suelo de losa negra y blanca como un tablero de ajedrez puedo imaginar a los reclusos atemorizados ante la incógnita de su futuro. ¿Una enfermería en un campo destinado a los trabajos forzados y al exterminio?. Una paradoja más a añadir al hecho de que bajo ese mismo suelo ajedrezado, en el sótano del mismo edificio, hay una pequeña estancia a la que se accede a través de una discreta puerta y un angosto pasillo: el "Krematorium". Creo que no es necesaria la traducción.

Tengo miedo a entrar.








Dá igual cuantas veces lo hayas visto en películas o leído en libros, ahora lo tienes delante. Un horno que sirve para quemar gente. Impresiona.








    Impresiona más el hecho de que ese sótano está en penumbra, no han iluminado el horno, apenas la luz natural justa para no tropezar y leer el básico cartel que indica la pista de la audioguía que describe esa parte de la visita. Una vez más no se pone el acento en esa clase de información y es precisamente esa falta de focalizar el drama lo que a mí mas me estimula la imaginación, hace que me transporte de manera mas fidedigna a los tiempos del horror. Eso no pasaría si cuatro focos de 500 W. iluminasen el horno y las paredes estuviesen recién pintadas.

En los 15 minutos que estuve absorto en mis pensamientos sólo yo estaba en la estancia del horno, por lo que pude hacer una fotografía con los requerimientos necesarios para compensar la falta de luz existente. Esta parte de la visita me impresionó mucho, pero todavía me impresionaría más si cabe conocer el resto del proceso de eliminación urdido por los nazis. En una estancia contigua al horno (uno de los tres que llegaron a funcionar simultáneamente), estaba la cámara de refrigeración, donde los cadáveres acumulados esperaban su turno para ser quemados. Una especie de nevera gigante, simple y funcional.




Sala refrigerada donde amontonaban los cadáveres.



Apenas a 5 metros de la cámara, tras una puerta al otro lado del pasillo, se puede ver una sala de autopsia de la que solo permanece la mesa de piedra donde se procedía a la disección de los cuerpos y una especie de mesa auxiliar. Nada más, excepto una pequeña ventana que aporta luz a la estancia. Aquí tampoco puede entrar el visitante, para hacer la foto utilicé un monopié que me permite alejar un metro y medio la cámara de mí, con lo que a pesar de los impedimentos obvios para realizar fotografías en algunos espacios del campo, puedo registrarlos sin mas problema que enfocar a ciegas.




Mesa de autopsias.


Este sótano produce efectos muy variados en los visitantes. Dado que me lleva mi tiempo hacer las fotos, tengo ocasión de observar detenidamente las reacciones. Hay un tipo de visitante al que parece no afectarle en absoluto lo que está viendo, lee los carteles descriptivos y pasa de largo, como el que está viendo una recreación de algo y no ese algo mismo. Otros se quedan paralizados y se agarran al familiar mas cercano, ni se emocionan exteriormente ni hablan, sólo buscan el contacto del ser querido y capturan la imagen en sus retinas para procesarla después con más tiempo.

Hay otros visitantes que sí exteriorizan sus sentimientos, sus ojos están húmedos, hablan en voz baja haciéndose preguntas, transportándose de inmediato a otro tiempo en ese mismo lugar, empatizando de inmediato con aquellos que en otro momento pasaron por allí. Otro grupo me llama la atención, los que pasan casi corriendo, sin apenas mirar aquello que vienen a visitar, como no queriendo ver aquello que han venido a ver. Esta clase de comportamiento el más habitual en este momento que nos ha tocado vivir. Pasamos rápido por encima de aquello que no nos agrada sin darnos tiempo a pensar ni a reaccionar humanamente. Elegimos apurar el paso y mirar para otro lado. Lo hemos visto, pero preferimos no reconocerlo.

La última estancia del sótano pasa totalmente desapercibida para la mayor parte de los visitantes, no así para algunos que hemos leído sobre ella. Es una esquina de apenas 5 metros cuadrados, revestida de madera y que no tendría el mayor interés sino fuese porque allí se ejecutó a miles de personas por el eficiente método del tiro en la nuca. La madera evitaba los rebotes de la bala y el exceso de ruido. Los presos eran llevados allí con la excusa de medirles la estatura (recordemos que justo encima está la enfermería), se les mandaba que se diesen la vuelta y se situasen de cara a la esquina para medirles mejor y recibían un disparo en la nuca.






Posteriormente llevaban su cuerpo a la cámara frigorífica para después ser analizados o directamente incinerados en el horno. Toda una cadena de destrucción perfectamente organizada. Incluso llegaron al extremo de diseñar una máquina para ejecutar el tiro en la nuca con total precisión y eficiencia.

Sólo era una vulgar esquina revestida de madera, pero en ella está atrapada toda la maldad del ser humano.

Apenas a unos pasos mas adelante se encuentra la puerta de salida del sótano y la luz del exterior te ciega sin piedad, recordándote dónde estás y sacando tu mente de ese lugar horrible.

Sólo quedó por visitar la cámara de gas, cerrada por mantenimiento ese día. Gracias.

En el edificio adyacente se encuentra el museo, donde hay numerosos objetos pertenecientes a la vida cotidiana en el campo, con abundantes paneles informativos y material audiovisual. Cabe destacar que gran parte de las fotografías allí expuestas fueron cedidas por el Museo Histórico de Cataluña y que su autor fue... adivináis quién?

Incluso se le dedica un espacio destacado por su labor como reportero de guerra en la liberación de Mauthausen y destacando su participación en Nurenberg. Yo ni había oído hablar de él en 20 años de formación y aquí tiene su propio espacio. Creo que no necesito ni hacer más comentarios a este respecto.

El calor dentro del museo es insoportable, está claro que su distribución y diseño está más pensado para aliviar el frío que para aliviar el calor, aun así se agradece el detalle de los expendedores de agua mineral gratuita para los visitantes. El museo parece mas pequeño de lo que realmente es ya que el espacio está óptimamente distribuido y cuando te quieres dar cuenta has empleado mas de una hora en la visita, a pesar del calor que comenté.

Se nota mucho que visitantes entran en el museo directamente desde la entrada y quienes han pasado por el sótano y han visto el horno. Las caras son distintas. Hay bastante silencio a pesar de la afluencia de turistas. Se palpa el respeto de los visitantes ante lo que están viendo.





Aquí podéis ver una muestra de algunos objetos que están expuestos en el museo:



Uniformes de los reclusos.












Panel explicativo donde hablan cobre los españoles como trabajadores bien considerados por las SS






Bote de gas Zyklon B, el utilizado en las cámaras de gas.






Muestras de los bloques de piedra que los presos eran obligados a cargar.






Libros de registro de entrada de presos.



Cuando pensé que la zona dedicada al museo ya estaba vista, descubro que todavía hay otra zona del museo en el sótano del edificio. Bajo y me encuentro con una área dedicada a la memoria de los presos. Algo que me alegra ya que me estaba dando la impresión de que la información ofrecida era demasiado, como decirlo, "aséptica", carente de emotividad. Aquí si le dedican un espacio para el recuerdo y reconocimiento. Ya no hablamos de objetos, o de datos y estadísticas. Veo nombres, retratos, banderas, poemas, cartas...














Y en medio de todo ello, de nuevo, el horror en forma de otro horno. Este más grande que el primero que vi y está mostrado con menos recato (aunque también esté sin iluminar).















Fue esa sala donde estaba ubicado el horno la que más me llamó la atención del museo, no por el horno en sí como símbolo del horror, al contrario, por todas las muestras de humanidad que colgaban de sus paredes. La estancia resultaba muy íntima, apenas estaba iluminada, y la decoración daba la sensación de haber sido dejada en manos de quien quisiera aportar algo, no parecía obra de un diseñador de espacios museísticos. Era como... no sé como explicarlo... como entrar en la casa de alguien desconocido y curiosear sin permiso por sus fotos y los recuerdos.

























Cuantas historias detrás de cada cara...





Un resumen de mi vista al campo de Mauthausen:








Hay una parte del campo que aun no había visitado de la que sí he hablado en el comienzo de este relato, pero que deliberadamente he pospuesto para el final de la visita: la cantera Wienergraben.

Me sorprendo de los pocos visitantes que se acercan hasta allí, seguramente por la pereza de caminar unos 600-700 metros por un camino de tierra. Fue la cantera, y concretamente la escalera que la comunica con el campo lo que me trajo hasta Mauthausen.

Camino despacio hasta llegar allí, necesito un pequeño respiro para procesar la información recibida en el museo y para acostumbrar los ojos a la tremenda cantidad de luz que me golpea. Pienso en lo difícil que va a ser fotografiar en estas condiciones lumínicas, en donde me voy a posicionar para obtener las mejores tomas... procuro pensar en todas esas cosas para "limpiar un poco" mi cabeza de todas las emociones que me invaden a cada paso que doy.

Estoy a apenas unos metros de un símbolo para todos supervivientes de aquella barbarie. Han pasado unos años desde que conocí la historia y unos miles de kilómetros desde mi casa, pero ya estoy aquí.







Es mucho más grande y empinada de lo que imaginaba. Todavía más terrorífica. Vista desde arriba infunde respeto. Si tropiezas y caes no pararás en el siguiente escalón, probablemente acabarás bastantes metros más abajo. El desnivel que salva la escalera con respecto a la base de la cantera es de 40 metros en 186 escalones. En un primer momento tuvo 160 escalones, por lo que subir por ellos era todavía mas duro ya que los peldaños eran aun mas altos.

Apuro el paso para bajar la escalera, si así me parece larga, subiendo debe ser interminable. Llego abajo y opto por dar un paseo por la cantera para ver la zona y tomar unas fotos, quiero "olvidarme" de la sensación de la bajada para concentrarme bien en la subida.




Vista panorámica de la cantera. En la esquina de la izquierda podemos ver la escalera.



Hoy la cantera está casi tapada por la maleza pero todavía se puede distinguir la roca bajo el verde de las plantas. También se distingue un pequeño promontorio en la zona más alejada de la escalera y más próxima al campo, es desde allí desde donde se arrojaba, ante la vista de todos, aquellos reclusos que habían cometido el error de hacerse notar o desafiar a algún guardia. 40 metros de caída hacia un lecho de rocas.








Me encamino a la base de la escalera. Esta hace una curva suave hacia la derecha que impide ver el final, dando la sensación de que es mucho más corta, en cuanto te aproximas a dicha curva y ves todo lo que aun queda por subir supone un mazazo importante. Esta vez no tengo que esforzarme lo mas mínimo en sentir parte de lo que sintieron quienes la subieron antes. Los escalones son altos, de piedra irregular, sin un descanso hasta llegar arriba. Comienzo a subir. Uno, dos, tres, cuatro... dejo de contar al llegar a 50, comienzo a jadear tímidamente y al llegar a la mitad del recorrido ya no jadeo tan tímidamente. No tengo sobrepeso, incluso puedo decir que me encuentro en un estado de forma aceptable y desde luego no llevo sobre mi espalda una piedra de entre 20 kg. y 40 kg., pero os aseguro que llegas arriba sin desear volver a subir.

No puedo ni imaginar lo que sería subir varias veces al día, cargando con peso, malnutrido, atemorizado, con frío...  y así durante meses, rezando para no cruzar una mirada con el guardia y recibir una patada que te mandase rodando hasta abajo, o directamente despeñado desde lo alto. El instinto de supervivencia se escapa a toda lógica posible.








El siguiente video va dedicado a todos aquellos que incluso hoy en día tienen que soportar situaciones de esclavitud, sea cual sea el motivo.

Os reto a que subáis conmigo peldaño a peldaño los 186 escalones de la "Todesstiege", "La Escalera de la Muerte" de Mauthausen.







¿Es larga verdad?


Estaba recogiendo las cámaras, puesto que ya iba a marcharme de la cantera, cuando ante mí se produjo una nueva muestra de estupidez humana. Dos parejas de turistas estaban subiendo la escalera, ellas jadeando notablemente por el cansancio y ellos haciéndose los machotes, cuando precisamente uno de esos machos alfa repara en mi presencia en lo alto de la escalera y de repente, y ante mi estupor, levanta el brazo haciendo el saludo nazi y grita: "¡Heil Hitler!".

Inmediatamente su pareja le recriminó con un tímido "¡que malo eres!" en italiano. El imbécil descerebrado que hizo el gesto se descojonó de la risa ante mi mirada acusadora. La otra pareja que iba con ellos no dió crédito a la actitud del imbécil y me miraron avergonzados, como disculpándose, pero sin atreverse a hacerlo en voz alta. Por un momento lo peor que hay en mí fantaseó con darle una patada a ese tipo y mandarlo rodando escaleras abajo. Ríete ahora hijoputa...

Inmediatamente mi yo civilizado buscó razones para justificar ese deplorable comportamiento y no ceder ante mi yo salvaje: falta de información, una educación deficiente, una insolación, querer ser el líder de la manada, un déficit de riego sanguíneo en el cerebro... o simplemente es que nació gilipollas.

Fue un mal final para la visita, pero desde luego un ejemplo gráfico de como la estupidez humana no conoce límites, de como la risotada insultante de un ignorante se impone al silencio de los sensatos.

Sea como fuere, mi vista había terminado y me dirigí hacia la salida atravesando toda un conglomerado de monumentos y esculturas que jalonaban el camino. Ante el frío, ordenado y pétreo reconocimiento de los Estados a sus ciudadanos se encontraba el cálido y desordenado recuerdo en forma de fotos, cartas, flores y objetos dejado por los familiares a la memoria de los seres queridos que alguna vez estuvieron allí. Era la última pieza que me faltaba para componer el retrato de Mauthausen, el recuerdo.

Gracias a gente como Francisco Boix y sus compañeros, los que no vivimos aquello podemos sentirnos parte de ese horror  para que nuestro yo civilizado siga reprimiendo ese instinto salvaje que nos hace eliminar a los que no son como nosotros.


Con el fin de la guerra y la liberación del campo por tropas estadounidenses, Paco Boix pasó a autodenominarse reportero de guerra y realizó un completo reportaje sobre esos días. Hace falta tener una pasión sin límites por la fotografía y el periodismo para tener la cabeza fría para hacer algo así en un momento como ese. Sus fotografías dejaron constancia del paso de la vida diaria gobernada por la desesperación y la muerte a otras llenas de alegría y optimismo. Habían resistido. Habían vencido a Hitler, al fascismo y a la muerte.





Salgo por la puerta del campo y mirando atrás todavía me parece verlos ahí, celebrando la victoria, arrancando de cuajo un símbolo que los quiso llevar a la muerte y al olvido.





¿Y que fue de Paco Boix tras la liberación?

Colaboró en el mencionado Juicio de Nuremberg aportando sus vivencias y archivo fotográfico, aquel oculto entre los muros del jardín de la señora Pointner. Trabajó como reportero para el periódico francés L´Humanité y continuó colaborando con organizaciones comunistas como fotógrafo hasta que, apenas 5 años después de Mauthausen, Francisco Boix murió a consecuencia de una enfermedad en París en Julio de 1951.

Por sus fotografías personales sabemos que continuó siendo el joven inquieto y curioso que era antes de la experiencia en el campo de concentración hasta el día de su muerte. Esa experiencia no pareció hacer mella en su energía y optimismo. Una constante hay en todas esas imágenes, su eterna sonrisa. Creo que más allá de su legado fotográfico, esta puede ser una interesante lección ante los tiempos que se avecinan, no perder jamás la energía, el optimismo y el compromiso.




Todavía parecían estar allí...




















Si queréis saber más, podéis ver el documental "Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno." disponible en Youtube.

2 comentarios:

  1. Muy buenas caballero, soy un motero de Leon al que que conoces muy bien y el dia que te vea, te voy a dar un abrazo que lo vas a flipar. Sabia que eras una gran persona, pero no tan grande, esta historia me ha llegado al corazon y no sabes como. Los del norte no lloramos, lo sabe todo el mundo y yo no he "llorado" nótese la ironia. Me gusta saber y saber de muchas cosas y el mundo de le segunda guerra mundial es algo que me encanta, no se el motivo pero es asi. Jamas y digo bien, jamas habia tenido conocimiento de esta historia del campo de concentracion.
    Si sabia de su ubicacion, de su cantera y de que lo habían liberado los americanos, pero nunca vi ni oí nada de la historia de estos valientes españoles, ESPAÑOLES, y me parece repugnante que mi España no hiciera nada por ellos.
    Gracias por subir esa escalera, Kino, yo la he subido contigo y creo que con ellos tambien...... no puedo seguir, ya te vere cacho mamon .........

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  2. Un trabajo impresionante. Laborioso y hecho desde el sentimiento de quien reconoce el sufrimiento de quienes pasaron por aquel campo en una época que no deberíamos olvidar para no tener que repetirla. Un abrazo, José.

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