DÍA 16. Viena, Mauthausen y el señor de la grúa.




26 de Julio, Viernes.


Este día es el Día de la Patria Galega. Pero dudo mucho que los gallegos celebremos nada.

En mi caso, tengo que decir que el descanso y la dieta de porquerías y cerveza había surtido efecto y me encontraba bastante mejor que el día anterior, lo cual tampoco era muy difícil dado el disgusto que tenía.

Procuro ni darle mas vueltas al asunto y me dirijo al centro de Viena para ver la famosa catedral y su zona antigua. No me complico la vida y aparco a Afrikona en un parking subterráneo justo al lado de la plaza. Prefiero pagar y estar tranquilo.

Las calles que rodean la catedral son muy bonitas, con magníficas obras arquitectónicas como la Opera de Viena. Al poco de comenzar mi paseo me encuentro mas animado y con la ilusión renovada por ver cosas nuevas y disfrutarlas.

Paseo durante unas 3 horas por los alrededores de la Stephansplatz, donde se ubica la Domkirche St. Stephan, en español "Catedral de San Esteban", centro neurálgico del turismo vienés. Hace un día magnífico, muy soleado pero no ese calor sofocante que me acompañó tantos días del viaje.




Ópera de Viena
Enseguida se percibe que estoy paseando por el centro turístico de Viena. Me rodean cientos de personas con mapas y guías en la mano, la mayor parte de esas personas son de mediana edad y parecen tener un nivel de vida medio-alto. Hay otro grupo de turistas que me resultan familiares, los recién casados. Siguen haciéndose las mismas carantoñas que en Budapest y me dá la sensación que si visitase Praga o Venecia me encontraría exactamente el mismo cuadro. Todas estas ciudades poseen la "franquicia del amor", abrazarse, besarse y mirarse como si no hubiese mañana es tarea obligada. Así que ya sabeis, si hay crisis de pareja, no dudeis en acudir a vuestro tour operador.




Inmerso en la marea romántica arribo a la Stephanplatz para intentar entrar en la catedral y llegar a la cumbre, uno de los 2 campanarios desde donde, dicen, hay unas bonitas panorámicas de Viena. Misión fácil?, en absoluto.

Para lograr el éxito en esta ascensión tienes dos vías bien claras y definidas: 

A) Ascensión tipo alpino:  subir del tirón, en solitario y con un equipo ligero.

B) Ascensión en cordada: subir por etapas, acompañado de guías sherpas y cargado de souvenirs.

La opción B es la más cómoda pero la que requiere más tiempo y dinero. Yo no tengo ninguna de las dos cosas. Además,  no entra en mis planes visitar una de las catedrales más importantes de Europa con un tipo con pelucón vestido de Mozart detrás mio, si un día que quiero algo así, sé de un par de locales muy animados.

Ahora bien, si te decantas por la opción A, la mía, debes saber que debes ser muy fuerte y determinado para cruzar ese campo de minas con pelucón que son los guías. Flaco favor le hace al turismo vienés este acoso desmedido. Están por todas partes, esperando al asalto del turista (o la billetera de), con su mirada de ave rapaz que ha avistado a un despistado conejillo, dispuestos a lanzarse en picado y clavarte sus garras.

Los sherpas y sus miradas sedientas de euros.

Sus víctimas favoritas de estos guías-sherpa son los orientales y los nórdicos, gentes estas que suelen ser muy educadas y que escuchan su oferta de servicios pacientemente mientras ojean todo el catálogo de servicios que les ofrecen. Con los latinos no tienen tanta suerte, no somos ni tan pacientes ni tan educados, y lo saben, porque es abrir la boca y ya se dan cuenta de que ni no estamos interesados ni persiguiéndonos mil años nos arrancarán un euro. Nos van a enseñar estos a exprimir a un turista, amos hombre!

 La catedral en sí se caracteriza por ese tejado multicolor, tan poco frecuente en las catedrales de España. Es un tejado muy afilado y estrecho, para soportar mejor las nevadas supongo y muy, muy alto.

Una vez dentro, sorprende esa altura de la nave principal, que hace que tengas que tengas que levantar la cabeza hacia atrás hasta quedar con la boca abierta. Lástima que hubiese tanta gente dentro porque sería maravilloso disfrutar en silencio de los ecos de nuestros pasos atravesando el silencio contenido por esos muros. Tengo que conformarme con los ecos de los pitidos de las cámaras digitales enfocando y las ráfagas de flashes inmortalizando fotos de recuerdo. Es a lo que se viene, al fin y al cabo.

Por un extra en la entrada puedes subir en ascensor hacia una de las torres o si prefieres puedes hacerlo andando por un precio más módico. No me apetece subir un millón de escaleras emparedado entre guias con pelucón así que opto por el ascensor.

Apenas entran más de 6 personas por viaje y todos nos esforzamos en ni siquiera rozarnos. al llegar arriba, estamos situados en una plataforma metálica sobre la torre, a la altura del tejado multicolor de la catedral, todavía habrá que subir unos escalones colgando en el aire hasta llegar a la zona de la visión panorámica. Me tomo mi tiempo, ya que estas alturas tan verticales me dan bastante respeto (que me acojonan, vaya). Hago unas cuantas fotos del tejado hasta relajarme y continuar hasta la cima. Es mi aclimatación, digámoslo así.

Unos minutos después, ya estoy en lo alto de la torre y puedo ver la famosa panorámica de Viena, que dicho sea de paso, es decepcionante. Aun así disfruto de las vistas, síntoma inequívoco de que me encuentro con mas energía. Miro hacia abajo y veo las hormiguitas humanas moviendose alrededor de la catedral, en breve seré una de ellas y otra persona hará la misma reflexión que yo.



Clic, clic, clic...





Vistas desde la torre.




Tejado de la catedral.




Cerca del cielo.




Hormiguitas vienesas.




Ya en tierra firme, paso al lado de los coches de caballos que pasean a los turistas. Me trae a la memoria la catedral de Sevilla, donde tambien te encuentras esto en un lateral de la catedral, exactamente igual que aquí. Creo que el día tan espectacularmente soleado que hacía ayudaba mucho a la comparación, tal cual Sevilla en verano.

Llevaba ya un buen rato callejeando por las impolutas calles del centro de Viena y poco más quedaba por hacer salvo comer algo y pensar a donde ir.

No tenía mucha hambre así que solo me tomé un helado en una terraza y valoré mis opciones: quedarme en Viena toda la tarde o dirigirme ya a Mauthausen a visitar el campo de concentración. Llegué a la conclusión de que Viena era bonito, sí, pero no me ofrecía el atractivo suficiente para quedarme más tiempo, no por lo menos en este tipo de viaje, seguro que una ciudad como esta tiene mucho que ofrecer con el enfoque adecuado.

Por lo tanto fui al parking a buscar a Afrikona y emprender el regreso al hotel, allí recogería las maletas, me pondría la equipación y tomaría el camino a Mauthausen. La verdad es que deseo llegar cuanto antes allí.

Apenas 160 km de trayecto me separan de una visita muy especial para mí, una hora y media yendo tranquilo.

El pueblo austríaco de Mauthausen está en el margen norte del río Danubio, por lo que tendría que cruzarlo una vez mas y comprobar de nuevo cuan ancho es y la cantidad de tráfico marítimo que soporta. No estoy acostumbrado a ver ríos con ese movimiento de mercancías y personas, para mí un río es sinónimo de tranquilidad y rutas de senderismo, pero este río es otra cosa. Es una arteria vital de todo un organismo de naciones que se han desarrollado gracias a sus aguas.

Veo el cartel que indica que he llegado a mi destino. Es un pueblo no muy grande, algo mas de 6000 habitantes. Hay personas tomando su cerveza en terrazas, aprovechando ese sol que tan poco se prodiga por aquí, niños jugando al fútbol en la calle, familias subiéndose a su barco para ir de picnic... Es viernes y hace un día magnífico.

Todo es tan normal, tan familiar y tan agradable que parece imposible que 100.000 seres humanos hubiesen sido exterminados a 3 km. de allí.

Mauthausen, al igual que otros muchos pueblos de Austria, Polonia y Alemania, han ligado para siempre su nombre al horror. Han tenido que aprender a vivir con ello y seguir adelante. Una prueba más de la capacidad de adaptación del ser humano, capaz del horror mas absoluto y capaz de sobreponerse a él y crear vida donde antes hubo muerte.

Miro mi reloj y creo que son algo menos de las 4 de la tarde, me dá tiempo para visitar el KZ (German Konzentrationslager)  Gedenkstätte Mauthausen. El Memorial del Campo de Concentración Alemán de Mauthausen. Siempre leerás "KZ" o "Memorial" en los carteles indicadores. Nunca "Campo de Concentración".

Saliendo del pueblo aproximadamente 1,5 km, hay que desviarse hacia el interior, alejándose del río y subiendo por una carretera mas estrecha y recorrer otro kilómetro mas. Sufiente distancia para que el paisaje cambie mucho. De estar en los márgenes bulliciosos del Danubio pasamos a la tranquilidad de unos campos de trigo perfectamente cuidados por unos granjeros tan limpios que me dá la sensación de estar atravesando un anuncio de cereales. La carretera serpentea entre flores y hierba verde, sumando su aroma a la sensación de quietud y paz que inunda tus sentidos.

Y despues de una curva, tras ascender una loma, allí está. El campo de concentración.




Perdón, el "Memorial".

Allí estan sus muros de piedra gris coronados por alambre de espino. Su torre de vigilancia, que aún hoy parece  escudriñar el horizonte. La apariencia exterior es discreta, funcional, digamos que no es estridente en términos arquitectónicos, bien podría ser una fábrica, por ejemplo. No asusta.

Paré a Afrikona durante unos segundos, observé con detenimiento intentando grabar esa imagen en mi memoria para siempre y entré en el enorme parking que hay habilitado justo al lado del acceso.

Y una vez más el destino introdujo una nueva variable en la ecuación de mi viaje. Estaba ya guardando el casco y preparando las cámaras cuando suena: "PAAAAAM!!

Un estallido que parecía que me hubiesen disparado desde la torre de vigilancia. En serio, en medio de aquel silencio sonó muchísimo y me sobresaltó. ¿Ha estallado el motor? ¿que coño...?

Y se oye: "PSSSSSSSSssssssssssssss"

Reventón de la cámara de la rueda trasera.


Afrikona se desinfló avergonzada mientras yo no daba crédito. Examiné el neumático, ni agujeros, ni nada clavado... ¿que podría haber sucedido? ¿exceso de presión? imposible, soy muy cuidadoso en ese tema.

En fín, fuese cual fuese el origen del problema había que centrarse en la solución. Y esa solución pasaba por llamar al seguro y reparar la moto. Pero luego pensé: "es viernes por la tarde, aquí las empresas cierran antes, aunque la grúa llegue a tiempo dudo que tengan cámaras para esta moto ahora que todas las motos son sin cámara... uy uy... creo que Mauthausen quiere que me quede un poco por aquí...."


Llamé enseguida a mi seguro y se inició ese proceso infernal de explicar veinte veces lo mismo a 20 personas distintas para que tarden 2 horas en mandar una grúa. Y la culpa no fue del enlace austríaco de mi aseguradora como comprobaría más tarde.

Estuve esas dos horas esperando bajo un sol de justicia al lado de la moto, ya que tenía que estar localizable en el móvil y en la cafetería del complejo no había buena cobertura. Que dos horas mas coñazo. Cuando ví aparecer el camión de la grúa estaba ya de una mala leche considerable, dos horas para localizar un servicio de grúa y un taller, había perdido la ocasión de hacer la visita, pero ya estaba pensando en resolver este tema, la visita se haría mañana con mas calma.

Pero hoy de calma, nada.

Bueno sí.

La que tenía el bueno de Franz, el conductor de la grúa.

Franz tiene unos 65-70 años, calza unas sandalias y viste unas bermudas y camiseta de tiras. La última moda esta temporada Primavera-Verano en Austria. A juego con la vestimenta, Franz lucía una expresión despistada y ausente que me llevó a pensar que lo debieron despertar de su siesta habitual, esa que se pega detrás de su taller tras comerse sus salchichas y su cerveza de litro.

No sabe inglés. Pero es que ni papa. La primera persona que no sabe ni una palabra de inglés en los siete paises por los que pasé.

Intento explicarle cúal ha sido el problema (otra vez), pero nada, que me habla en alemán y su expresión corporal, que es la de un poste de teléfono, no ayuda nada. Tras 10 minutos intentando comunicarle a Franz que el objetivo de su presencia allí es subir la moto a su grua y llevarla a un taller, no a una fruteria ni a un concierto de rock, sino a un taller, desisto y llamo directamente al corresponsal austríaco de mi seguro. Paso de llamar a España de nuevo.

Explico en inglés al corresponsal mi caso y le pido que me sirva de traductor con Franz. Y así hablando a 3 bandas conseguimos llegar a la conclusión de que tengo una moto pinchada, ellos son mi seguro y que hay que llevarla a arreglar. Es un comienzo prometedor.

Franz me mira como si viese un jeroglífico egipcio y sonríe, "ya me parecía a mí" debía estar pensando.

Y entonces surge el siguiente problema, ¿cómo rayos va a subir este señor él solo una moto de casi 300 kg que casi no rueda?

Pues ayudándole yo. Sudamos la gota gorda para pasar a Afrikona por la rampa, tanto es así que debido a la fuerza que tuve que hacer para mantenerla derecha mis piernas rompieron el pantalón vaquero que me había puesto para hacer la visita. Al mejor estilo Hulk.

Al final (y a duras penas)  pudimos subirla a esta grúa pensada para subir coches y no motos. Tuve que ir corrigiendo constantemente a Franz la colocación de las correas porque sujetaba estas directamente al carenado, para destrozármelo bien con el roce.

Pobre Afrikona... que verguenza pasó.
Reconozco que no fui muy simpático con el bueno de Franz, pero no hay cosa que más me joda que la inoperancia de un supuesto profesional. El caso es que con Afrikona subida en la camioneta por fin, recibo una llamada del seguro para comunicarme que no hay talleres de motos abiertos a esa hora, que me buscarían un alojamiento para pasar la noche y que Afrikona quedaría montada en la grúa hasta el día siguiente para ir directa a un taller de Honda que estaba en Grein, a 35 km de Mauthausen. Afrikona dormiría en el taller de Franz en Perg, a medio camino entre ambas localidades. Yo quedaría, por lo tanto, con Franz en su taller a la espera de que me llamasen para recogerme y llevarme al alojamiento.




Bueno, parece que todo vá encarrilándose.

Se me olvidaba un detalle. Franz no sabía como salir del aparcamiento porque su tarjeta no funcionaba.

Bien, Franz, bien.



Pues nada, ahí me quedé contemplando atónito como Franz daba vueltas sobre sí mismo sin hallar la solución para salir de allí. Pues finalmente encontró la manera. No, no llamó a la recepción del Memorial para que viniese alguien a abrir, prefirió esperar a que saliese otro coche y pegarse a él para que la barrera se mantuviese levantada. Por los pelos la barrera no cae justo encima de Afrikona y lleva la pantalla y medio carenado por delante.

Uno siempre piensa que por ahí fuera todas las personas son más listas, honradas y eficientes que los españolitos, pues no señores, de todo hay en la vieja Europa.

Vista la situación, me calmé un poco ya que hoy no iba a solucionar nada y tampoco era plan seguir a gritos con un señor que no se entera de nada y que probablemente hace las cosas lo mejor que sabe. Intenté iniciar una conversación con Franz durante los 20 minutos de trayecto que había hasta su taller. Yo hablaba en inglés y chapurreaba alemán y él no sé que coño me respondía, pero sonreía. Es difícil enfadarse con alguien que te sonríe amablemente, asi que enterré el hacha de guerra y me dejé llevar por la situación. Imaginé que charlabamos sobre la fragilidad de la Unión Europea y el papel de Alemania como motor económico, ni idea de lo que imaginó él.

Cuando llegamos a Perg, nos recibió la mujer de Franz, Anna, una señora que tenía una gran sonrisa dibujada en la cara que desprendía amor por los cuatro costados. Me ofreció algo fresco de beber ya que mi cara debía ser un poema tras la larga espera bajo el sol. Inmediatamente me encontré mejor y descansé e uno de los sillones que tenían en la sala de espera de su taller.

Pasaron otras dos horas y no tuve noticias del seguro. La cosa no me gustaba nada, esta gente tenía que cerrar el taller y yo continuaba sin saber a donde ir. Anna, con muy buen criterio, me sugirió que me alojase en un hotel del pueblo llamado Manner Keller y que despues ya se solucionaría con el seguro. Tras una larga conversación con ella por escrito a través del Google Translate,  acepté la sugerencia y allá que me fuí con Franz, que se encargó de explicarle mi caso a la gerente del hotel.

Cuando hay voluntad, nos entendemos.
Franz no se marchó hasta que me vió instalado allí. Me dejó su telefono personal para que contactásemos en cuanto el seguro diese el ok a la reparación, ya que Afrikona seguía en el taller esperando.

Pero del seguro no se sabía nada.

La señora del hotel observaba muy atenta mis intentos de comunicación con la aseguradora y se acercó a mí con un papel en la mano. Yo pensé que quería que le pagase la habitación o cubriese mis datos personales en una ficha, así que saqué la cartera y mi tarjeta de crédito pero ella me interrumpió y me dijo en un aceptable español: "No, por favor, tu primera ir habitación, relax y cenar, después dinero"



Así dá gusto coño. Viva Austria y los austríacos.

Fuí a la habitación, me duché y afeité, puse ropa limpia y ya me encontré mejor, parecía otra persona. Bajé de nuevo a la recepción y la señora me sonrió haciendo un gesto pícaro de que ahora estaba más guapo. Me puso una cerveza fría y maravillosa y charlamos un poco. Ella había hecho el camino de Santiago, de ahí que supiese palabras en español, y aprovechó la ocasión para darme las condolencias por el terrible accidente de tren que había ocurrido hace un par de días, que si necesitaba cualquier cosa no dudase en solicitársela. Un encanto. Me acompañó hasta un patio interior con jardín donde estaban ubicadas las mesas del restaurante, un lugar muy agradable y acogedor. Hacía una noche preciosa y multitud de clientes ocupaban las mesas, pero trajeron otra pequeña mesa para mí ante la mirada de curiosidad de los comensales, que debían estar preguntándose quién demonios sería yo.





Me atendió una camarera que hablaba perfecto español porque era de la República Dominicana, así que aproveché para pedirle que me tradujese la carta y me dijese cuál era el plato típico de la zona, que resultó ser una especie de milanesa de ternera con mermelada y chucrut. Culinariamente no fue la cena de mi vida pero se estaba tan bien allí, que parecía increíble que estuviese en un pequeño pueblo austríaco y no en el Caribe.


Una vez acabada mi cena, me fuí a tomar algo a la playa del pueblo, donde había unos bares con sus terrazas y sus cevezas maravillosas. Ya que hay que esperar, pues hagámoslo con estilo.


Y dio la una de la mañana.

Y sin noticias del seguro.

Seguramente gracias a los efectos del alcohol, pensé que sería una buena idea reirme un poco de la situación así que llamé a mi seguro en España. Despues de dar mis datos (otra vez) le dije muy tranquilo a la telefonista:

- "El motivo de mi llamada es que me diga donde estoy.
- Perdón?
- Sí, sí, es que desde la última comunicación con ustedes hace unas 5 horas, me he dado cuenta de que es la 1 de la mañana, estoy solo y sin vehículo ni alojamiento en algún lugar del centro de Austría, y me encantaría que me dijese donde estoy y que será de mí...
- (silencio)
- Entiendo por su silencio que está revisando el historial de comunicaciones y que efectivamente lo que le estoy diciendo es cierto y usted piensa que sigo esperando a una grúa en un parking de Mauthausen, por lo que le comunico que dado el abandono por su parte a un asegurado, mi abogado solicitará ese historial de comunicaciones e incidencias para denunciarles en la mayor brevedad posible.
- Señor Dominguez, no comprendo como ha podido suceder esto.. si me dá un poco de tiempo, intentaré...
- NO."

Y colgué.

Y rompí a reir yo solo en aquella terraza de Perg.

Apenas una hora después, ya en mi habitación, recibí una llamada del corresponsal de mi seguro en Austria que me dijo que me alojase donde quisiera y que guardase todos los recibos de mis gastos hasta que mi moto estuviese en condiciones de reemprender la marcha. El seguro se haría cargo de todo, incluso de los gastos de la cena, que a priori no estaban incluidos en la póliza. Hay que joderse, lo que consiguen dos cervezas austríacas y una voz grave.

Me acosté con la sensación de haber vencido a un coloso. En realidad la cosa no era para tanto, pero que coño!.












RUTA DEL DÍA


Distancia: 172 km. --- Vel media: 77 km/h --- Vel max.: 136 km/h

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